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Qué pena que el deporte se desvirtué y no sea deporte

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Terna arbitral para un partido de fútbol, una pena que esté pasando sucesos penosos dentro de las canchas en las ligas de Grand Rapids. (Foto: Miguel Ángel/El Informador)

Por: Miguel Ángel/El Informador

Wyoming, MI.- Después de los sucesos lamentables de la semana pasada en las canchas locales, donde jugadores agredieron a algunos árbitros verbalmente y físicamente, verdaderamente lamentable.

Cuando era deportista, siempre estaba agradecido con los árbitros, pues me parecía un lujo poder jugar un partido en el campo, balón de reglamento y árbitro. Siempre les consideré como alguien superior en el terreno de juego, al menos ellos sabían mejor las reglas de juego que yo.

Ahora asisto a los partidos de fútbol como espectador, y no me gusta lo que veo. Comentaba con algún amigo que, para mí, el deporte era una prolongación de la vida, no un paréntesis. Si uno era educado en la vida, debía serlo dentro de la cancha, y que, si uno era un cafre y un sinvergüenza en la vida, probablemente en el deporte se le notaría más. Aunque con un poco de suerte, un buen entrenador y unos buenos modelos, podría tener alguna oportunidad de enmendarse.

No entiendo porque al ponerse ropa deportiva, y cruzar la línea de campo, transforme a la gente en maleducados o energúmenos e incluso en mentirosos, que intentan engañar al árbitro, en pos de una victoria. Tampoco entiendo la razón del público en enseñarse e insultar a los árbitros con improperios mal sonantes, solo por estar detrás de una línea en el suelo. O porque ellos, que no han estudiado el reglamento, consideren que el árbitro se ha equivocado. Me imagino que cuando discuten en familia y crean que la otra parte está equivocada, proferirán el mismo tipo de insultos.

¿Alguno llamaría a ese árbitro, “hijo de…” o “cabrón” si se lo encontrase por la calle? Espero que no, sino sería un verdadero maleducado.

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Y el deporte, ¿genera maleducados? O el deporte es otra cosa y tiene otros valores.

Soy entrenador de niños y estos partidos me resultan muy similares a los que pasan en los colegios. Cuando sucede alguna pelea o disputa, “nadie es el culpable”, y siempre “empezó el otro”. E incluso cuando estamos presentes y hemos visto lo que ha pasado, los niños son tan osados de negarlo. Muchas veces los docentes tenemos que ejercer de jueces “sin serlo”.

Bueno, pues lo mismo veo en los partidos de fútbol de nuestra querida ciudad, lo que pasa que ahora con adultos, con grandulones de veinte y treinta años y más, que intentan engañar al árbitro y negar lo que todos vemos desde fuera y siempre con discusiones como “Y a ellos no se lo pitas ¿verdad?” siempre a mí. Es que me tienes manía”. “Este no tiene ni idea de las reglas”…

¿Cuántos jugadores y árbitros han examinado el reglamento?  No estaría mal que los jugadores y los árbitros  tuviesen que asistir a un curso de reglas de juego.

Como espectador, cuando veo un partido en el que los jugadores no colaboran en el deporte, con el partido y con los árbitros, se me hace desagradable.

Y no me vale “Estoy a 180 pulsaciones”, sí, a esas pulsaciones puedo no pensar igual, incluso estar caliente, todo lo que quiera; pero no ser un maleducado, un tramposo o un mentiroso.

Decía Abraham Lincoln al maestro de su hijo, “explíquele que vale más una derrota honrosa que una victoria vergonzosa.” También le decía: “quiero que aprenda a perder y también a gozar correctamente de las victorias.”

Por otro lado, en la vida hay situaciones en las que las relaciones no son horizontales, sino verticales; por ejemplo, la relación entre padres e hijos es una relación vertical, no son iguales, los padres son figuras de autoridad, merecen un respeto por el hecho de serlo. Lo mismo pasa con los profesores y maestros, y por supuesto con los árbitros. Dado que siempre su decisión prevalecerá.

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Creo que es labor de los dirigentes de ligas, entrenadores y de los jugadores, solucionar este problema. Necesitamos mejorar en la asignatura del “RESPETO” de las personas y de las normas, antes de que sea demasiado tarde y tengamos que lamentarnos de algo que ya no tendrá remedio.

Qué difícil es ser árbitro. Y qué pena que el deporte se desvirtué y no sea deporte.