Editorial por Héctor Loya
Este último es el caso que estremeció y dio la vuelta al mundo. Recientemente nos enteramos que una niña de tan sólo 13 años había intentado suicidarse porque le habían negado el asilo a su padre al cual ya tenía 4 años sin poder ver gracias a una frontera que los tenía separados.
La jovencita tenía contacto con su padre por vía telefónica, pero eso no hacía que el vacío que sentía en su vida y la depresión que la abatía cambiaran, al contrario, cada vez crecía más.
En el mes de junio el padre fue atrapado por ICE y al no tener esperanzas de recibir el asilo y de tener que enfrentar la deportación una vez más su hija no soportó la situación y decidió quitarse la vida.
Con casos tan lamentables como este es donde se plantea una vez más las preguntas: ¿vale la pena?, ¿es más importante estar en Estados Unidos que con tu familia?, ¿vale más un país que la propia vida?
Muchas personas alrededor del mundo lloramos y lamentamos su muerte porque tristemente una vida que tenía todo por delante se extinguió gracias a políticas migratorias restrictivas.
Cuantas muertes más tiene que haber, cuántas pérdidas humanas se tienen que registrar para entender y comprender que muchas veces no vale la pena correr el riesgo, sobre todo esta la vida y por más mala y fea que parezca la situación en un país devastado por la pobreza es mejor que tener un recuerdo en el panteón.
Lo mismo pasa con los gobiernos, este tipo de muertes jamás les va a doler de la misma manera a los gobernantes que a la propia familia. El dolor que experimenta un padre o una madre sólo lo sabrán y sentirán ellos, no un sistema político que en su pensamiento cerrado solo está el expulsar de su país a los inmigrantes indocumentados.
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