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A veces el orgullo es el arma más devastadora con la que le hacemos daño a nuestros hijos

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Opinión por Héctor Loya

El orgullo es el exceso de estimación hacia uno mismo y hacia los propios méritos por los cuales la persona se cree superior a los demás. Es muy común sentir que nos han pisado el orgullo con alguna actitud o palabra. Y nuestra reacción es casi siempre, de agresividad y de soberbia.

Como adultos solemos decir y presumir que somos muy maduros, que sabemos resolver todo y que nuestra vida está controlada. Pero nuestras acciones reflejan otra cosa y muchas veces solemos hacer berrinches o comportarnos como niños al resolver un conflicto de pareja.

Hoy en día se ven muchas familias separadas y destruidas por las discusiones y la violencia doméstica o familiar. La realidad de estos casos es que a los hijos les causamos un gran dolor y todo por no aprender a elegir bien o no saber cómo comportarnos, sobre todo enfrente de ellos.

Nuestro ejemplo es básico. Nuestros hijos aprenden de nosotros cómo reaccionar a cada momento y por eso debemos tener claro que debemos actuar como queremos que ellos aprendan a actuar.

No es necesario decirles que les vamos a educar para que ellos aprendan, es por eso que debemos ser coherentes y actuar conforme a lo que predicamos y sobre todo cómo nos comportamos frente a ellos cuando resolvemos un problema.

Si enseñamos a nuestros hijos que el pelear y ofender a la pareja es normal, eso aprenderán desde pequeños y los estaremos educando para que lo vean como lo más normal y que sea su estilo de vida.

Como reflexión no hay nada que venza más el orgullo que reconocer nuestros errores y pedir perdón por ellos. Es una actitud humilde que le da cabida a la gracia de Jehová y sana el corazón, tanto de quien comete el error como de quien recibe la falta.

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Y no hay mejor forma de enseñarlo a los hijos que con nuestro ejemplo dejando el orgullo a un lado y enseñarles que el perdón es lo más preciado para la restauración en nuestras vidas.