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n la semana, en la ciudad de Culiacán Sinaloa, se vivió una situación de caos y terror, y la tranquilidad en la que vivía el poblado pasó a convertirse en lo que muchos denominan una zona de guerra.
Balaceras por doquier, autos incendiados, varios heridos y hasta muertos fueron el saldo que se reportaron luego de la captura y después liberación del hijo del Chapo, Ovidio Guzmán López.
Como si se tratara de una película de acción o mejor dicho como una serie de narcos, esas que tanto están de moda, la realidad superó la ficción ya que en cuestión de horas un contingente armado se movilizó con tal de salvar a su líder de las manos de las autoridades que lo tenían detenido.
La estrategia y decisión por parte de las autoridades mexicanas al liberarlo con el fin de apaciguar la violencia, y después con sus declaraciones de que a los delincuentes no se les debe de vencer sino de convencer, deja muchas dudas en el aire.
Sin duda alguna el presidente de México sigue ante el gusto de la gente y en las encuestas permanece arriba del 60 por ciento a pesar de su política de abrazos y no balazos. Sin embargo, las cuestiones de seguridad de un país no se deben dejar guiar por pasiones políticas ni populismos que al fin de cuenta están cobrando la vida de personas.
Lamentablemente las cifras están ahí y si se analizan comparándolas con sexenios de presidentes pasados, la cantidad de homicidios dolosos es preocupante, sobre todo en el sentido de que la violencia va ganando terreno y apoderándose de la sociedad.
Este fracaso, este trabajo mal dirigido, una mala estrategia que llevó a un arresto de solo 5 horas y posterior mente la liberación de un criminal sin duda alguna da vergüenza.
Lo malo de esto es que culpamos a todas las instancias, al gobierno, al ejército y la Guardia Nacional, pero la verdad es que estos últimos dos no tienen la responsabilidad ya que solo estaban siguiendo órdenes, si alguien se esforzó fue ellos, mismos que se la estaban partiendo para capturarlo y mantenerlo detenido y todo para que, para terminar, liberándolo.
Para mala fortuna lo que pasó en Culiacán solo nos deja ver que quien controla y gobierna México es la delincuencia, los maleantes llevan décadas cometiendo fechorías, atrocidades, violaciones y muchas cosas más sin que el gobierno pueda contra ellos.
Quien sabe hasta cuándo continuaran las cosas así y cuántas vidas más se tendrán que cobrar para entender que con la delincuencia no hay tregua y que jamás se les podrá convencer que dejen de hacer lo que está mal y lo que les deja millones de pesos y dólares en ganancia.