Opinión por Héctor Loya
Desde hace mucho el país de Estados Unidos ha tenido una ventaja tradicional en el comercio internacional que no ha desaparecido, ni con la llegada de Trump con sus ya famosos aranceles y con los acuerdos de libre comercio que descarta con tanta indiferencia.
«Vamos a ponerle tarifas a países en reciprocidad a las que ellos nos imponen a nosotros. Y, por tanto, esto es global no es contra Canadá, no es contra México, no es contra la Unión Europea; son todos. Y entonces, desde esa nueva línea básica de justicia y reciprocidad, nos involucraremos potencialmente en negociaciones bilaterales con países alrededor del mundo, en nuevos arreglos comerciales que tengan sentido para ambas partes, justas. Pero ahora no es justo. Vamos a restablecer el punto de referencia y entonces entraremos en acuerdos bilaterales, con países con los que nuestro comercio sea justo», dijo Trump recientemente.
Ciertamente, el libre comercio llevó en alguna medida a la desindustrialización de los Estados Unidos, pero el proceso no comenzó con el libre comercio sino décadas antes, con la necesidad de empresas estadounidenses de encontrar mano de obra barata para reducir sus costos. Ahí nacieron las maquiladoras.
Y el hecho es que muchas de las actividades que sostienen la economía estadounidense tienen ya muy poco que ver directamente con industrias o la producción de materias primas o productos básicos, pero Trump quiere darles fuerza y seguir dominando el mercado posicionándose como ese monstruo industrial y comercial que siempre fue. De hecho, es una economía de servicios de las que sí tienen que ver con empresas filiales en países donde los costos son más baratos.
Más aún, es claro que es posible que medidas de fuerza atraigan a nuevas inversiones industriales en los Estados Unidos. Ya hay por lo menos dos promesas multimillonarias y sería de esperar que las amenazas de Trump sean suficientemente convincentes como para atraer más.
Pero tal vez quieran limitarse a su propio mercado, o prefieran optar por hacer dumping en los mercados internacionales, donde quizá buscarían vender los excedentes de su producción industrial a precios bajos. No sería la primera vez que alguien buscara una solución de ese tipo.
