
Opinión por Héctor Loya
Los teléfonos inteligentes nos cambiaron la vida a todos, con el arribo de estos aparatos en el año 2007 nuestros patrones de conducta cambiaron y la salud mental de algunas personas comenzó a venirse abajo.
Hoy en día, hay evidencia científica suficiente que muestra las consecuencias del uso de los smartphones y más sobre el público más joven que son los niños, niñas y adolescentes.
Según expertos y psicólogos estudiosos del tema los celulares provocan ansiedad y depresión en un número cada vez mayor de adolescentes y niños.
Los argumentos que estos utilizan son, de entrada, que los primeros teléfonos celulares servían para comunicarse de manera directa con amistades cercanas y familiares. Luego, los teléfonos inteligentes permitieron que nos comunicáramos con cualquier persona en el mundo, incluso con desconocidos, provocando un desprendimiento del mundo real. Es decir, un instrumento que en principio facilitó la comunicación y el contacto con nuestros seres queridos, al final provocó lo contrario.
Según las estadísticas en el año 2022 el 46% de los adolescentes en Estados Unidos dijo que estaba online casi siempre. Esto quiere decir que incluso cuando las personas no están viendo directamente su celular y parecen estar haciendo algo como comer, estar en clase, o hablando con otra persona, la realidad es que una parte de su atención está al pendiente por saber qué sucede en la virtualidad.
Y si a esto le agregamos la combinación de smartphones con la sobreprotección de los padres y madres hacia los niños y niñas tendremos como resultado una especie de erradicación de las experiencias infantiles.
De esta forma y debido a la sobreprotección, a la niñez está haciendo mucha falta experiencias sociales físicas como los juegos, afrontar ciertos riesgos e incluso los aprendizajes culturales y las relaciones amorosas.
En efecto, de un tiempo para acá, padres y madres intentaron limitar la libertad y los riesgos de sus hijos e hijas. No obstante, descuidaron el mundo virtual.
En otras palabras, padres y madres temerosas sobre los peligros a los que se pueden enfrentar sus criaturas allá afuera, deciden que lo mejor es mantenerlas en calma frente a una pantalla, muchas veces sin supervisión. Así, hay niñas y niños que crecieron sobreprotegidos en la vida real pero desprotegidos en el mundo virtual.
En definitiva, una infancia basada en los juegos y en el contacto con los demás, fortalece las relaciones sociales y la amistad. Por el contrario, una infancia anclada en el teléfono celular las perjudica.