Opinión por Héctor Loya
La tragedia de migrar, siendo un pobre latinoamericano, cambia siempre de caminos, según coyunturas y políticas migratorias. El punto es que nos acostumbramos, o nos convencieron, de que para los empobrecidos migrar es transitar entre círculos de dolor y sufrimiento que giran en torno a un camino que al final de este llega a una escalera que va hacia el otro lado del charco.
Lo cierto es que migrar no debería ser una escalera de violaciones, ultrajes, robos por estados y particulares sobre las familias; lo que dibuja el andar de los migrantes latinoamericanos es un continente convertido en una escalera que termina en Norteamérica.
El escalón panameño está monitoreado. Esta semana estuvo la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson, visitando la frontera para revisar los protocolos de seguimiento de estos migrantes, a quienes se les hace captura biométrica por el gobierno.
El escalón mexicano hace lo suyo, el fiscal propuso dejar a la recién inaugurada Guardia Nacional la captura de migrantes y registrar de cerca a defensores de derechos humanos que los apoyan en el camino. Además de terminar con el programa quédate en México.
El 25 de noviembre se realizará en Oaxaca la cumbre de la Alianza del Pacífico, donde participarán los gobiernos de Perú, Chile, Ecuador, México y Colombia. Ojalá una migración digna esté en la agenda y logremos que la escalera en la que nos convertimos como continente pueda subirse y bajarse como un juego de Rayuela pero al revés, donde el cielo esté en nuestras montañas, selvas y ríos, y una que otra piedrita nos lleve, cuando nos venga en gana, a las tierras gabachas.
