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¿Hoy en día cuánto cuesta lograr la felicidad?

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Opinión por Héctor Loya

El ritmo de vida se ha acelerado al punto en que el descanso se ha vuelto un lujo, y la tranquilidad, una rareza. Estamos en una espiral de productividad incesante, donde la cantidad de tareas realizadas en el día parece ser la única forma de medir nuestro valor como personas.

Vivimos en una sociedad que nos obliga a competir constantemente con nosotros mismos, a correr día a día en una carrera sin meta clara, condenados a enfrentar una serie interminable de obstáculos que solo nos dejan con sentimientos de insatisfacción e insuficiencia.

Dado lo anterior, la ansiedad, la depresión y el estrés se han convertido en compañeros inseparables de nuestra vida. Nos han vendido la idea de que el dinero, el éxito y la fama son el único camino hacia la felicidad.

Esto ha desatado una epidemia de enfermedades mentales que comienzan a colapsar nuestra salud emocional de manera colectiva. La solución que la mayoría ha adoptado no es mejorar el entorno social, mental o espiritual, sino al contrario recurren a cosas malas como el alcohol, drogas, fármacos y adicción a las redes sociales que prometen apaciguar nuestra mente y hacernos olvidar, al menos temporalmente, el caos que nos rodea.

En lugar de afrontar los problemas estructurales que nos generan tanto malestar, optamos por adormecer nuestros sentidos, por bloquear el sufrimiento en lugar de comprenderlo. Este método no solo es insostenible, sino profundamente deshumanizante ¿Qué es lo que realmente nos hace felices?

Es una pregunta que deberíamos hacernos con honestidad. Hemos sido convencidos de que la felicidad reside en la acumulación de bienes materiales, en la conquista de metas impuestas por una sociedad que valora más lo que tienes que lo que eres. Pero la realidad es que la verdadera felicidad, la que perdura, proviene de la conexión con nuestra persona y con los demás, del sentido de comunidad, del tiempo dedicado a nosotros mismos y a nuestros seres queridos.

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Hemos perdido la capacidad de estar presentes en el momento, de disfrutar de las pequeñas cosas que no se pueden comprar con dinero. Hemos dejado que nuestras vidas se reduzcan a compras compulsivas, agendas apretadas, relojes que marcan la hora de nuestro siguiente compromiso, y a teléfonos celulares que nos mantienen siempre distantes.

El resultado es un vacío emocional que intentamos llenar con cosas que no tienen la capacidad de hacerlo. Nos encontramos buscando en los placebos lo que deberíamos encontrar en el cambio de nuestras condiciones de vida y de conciencia.

La felicidad no está ahí, está en la paz interior, en la armonía con nuestro entorno, y en la capacidad de vivir con autenticidad, sin las presiones autoimpuestas que nos destruyen desde dentro. Esto conlleva un cambio de paradigma que necesitamos urgentemente, porque, al final, la verdadera pregunta no es cuánto cuesta ser felices, sino cuánto estamos dispuestos a pagar por seguir siendo infelices.