Por María G. Erazo Luna
Hace unos días leía: “No esperes mucho de un hombre que se está ahogando; él no te ofrecerá una bebida ni te preguntará cómo va tu día. Él está muy ocupado tratando en no ahogarse.” La generosidad toma esfuerzo, mucho esfuerzo.
Las personas hoy día viven ocupadas y preocupadas en resolver sus propios asuntos y esto no les permite ver las necesidades de los demás. ¿Te ha pasado esto en tu trabajo? ¿Algún empleado, tu empleador o tu compañero de trabajo parece demostrar poco interés en ser generoso? O parece que están muy ocupados en resolver sus propios asuntos que esto los tiene de mal humor, sin paciencia o muy propensos a discutir por cosas simples. Esto pasa muy a menudo en todas las industrias y para un empleador es difícil mantener o crear una cultura saludable dentro de su empresa. Sin embargo, no es imposible. Todo comienza con el granito que cada uno aportamos. A pesar de nuestras diferencias o problemas personales, debemos aprender a controlar nuestras emociones y ser generosos aun con aquellos que nos es difícil comprender.
El ser generoso requiere espacio en tu mente para escuchar a los demás y trabajo emocional a través de practicar la empatía. Parece que ser generoso es más que sonreír por las mañanas, saludar a los demás o ser atentos; esto realmente implica dejar atrás tus propias necesidades y enfocarte en los demás. ¿Cómo hago esto como empleador? Como líder, tu responsabilidad es mantener una buena cultura laboral; es decir, un grupo de empleados felices uno con el otro. Empieza por ser el ejemplo de lo que quieres ver en tu grupo. Practica intencionalmente maneras en las que tomes de tu tiempo para escuchar a los demás, hacer las preguntas necesarias y ser empático.
La generosidad comienza al entender que aunque todos nos estemos “ahogando”, podemos ayudarnos a salir del agua si trabajamos en equipo.