Opinión por Héctor Loya
Las sociedades se han establecido a través de pactos sociales y reglas que determinan la forma en cómo interactúan y se relacionan las personas para vivir en paz y en comunidad.
Cuando estos acuerdos se rompen o modifican se generan conflictos, los cuales pueden incrementarse al grado de irrumpir, de modo que se fractura la comunidad o incluso se destruye.
Estas situaciones se han repetido históricamente en el mundo, principalmente por la obtención y despojo de recursos, tierras y territorios que son necesarios a los poderes hegemónicos, sustancialmente al sistema capitalista y al resto de las formas de opresión para seguir existiendo a costa de lo que sea.
Por ello, los derechos humanos surgen, de cierto modo, como herramienta de contrapeso hacia las estructuras de desigualdad, en pro de la vida digna para todas las personas.
Sin embargo, ¿cómo pueden cumplirse esos derechos en contextos de guerra declarada y en medio de conflictos armados? Como ha documentado la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, el ámbito internacional de los derechos humanos y su normatividad quedan limitados ante los regímenes de excepción que implementan los estadosnación en épocas de conflictos armados.
Por ende, limitan no sólo su ejercicio, sino la protección y garantía de gran parte de ellos, provocando sistemáticamente violaciones a derechos humanos. Ante ello, es necesario que la comunidad internacional pueda brindar apoyo y solidaridad para construir soluciones humanitarias que permitan salvaguardar la vida de las personas, con independencia de su origen o condición.
Es importante mencionar que las poblaciones más afectadas en contextos de guerra y conflictos armados son las mujeres y los niños, pues estos conflictos no sólo son una contienda por los recursos, sino una disputa por la conquista de las corporalidades consideradas también territorios y propiedad.
De ahí que sucedan hechos inhumanos como los genocidios, cuyo objetivo es eliminar a un determinado grupo de personas por motivos políticos, raciales o religiosos, entre otros.
Si bien, la exigencia para la protección y garantía de nuestros derechos humanos pueden ser un camino que nos permita desmontar las estructuras de opresión y desigualdad, las acciones cotidianas pueden fomentar que estos sistemas se desmonten desde las luchas de los de abajo. Detener la guerra no sólo es una cuestión política, sino humanitaria y profundamente social, pues la vida debería priorizarse antes de cualquier interés capitalista o desacuerdo territorial. Por ello se vuelve fundamental que comencemos a comprendernos como personas diversas, pues más que personas somos historias que han sido formadas mediante las injusticias y las desigualdades, pero también por los logros y las luchas legítimamente ganadas.