Inicio OPINION EDITORIALES La ofensa está de moda, pero siempre tenemos la posibilidad de elegir

La ofensa está de moda, pero siempre tenemos la posibilidad de elegir

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Opinión por Héctor Loya

Dice un dicho que la ofensa está en la boca de quien la dice pero también en los oídos de quien la escucha.

En tiempos modernos y en los que estamos viviendo, las ofensas se han convertido prácticamente en la única arma que algunas personas usan para “defender” sus argumentos. Como resultado, el sentimiento de ofensa crece generando una ola de resentimiento.

Sin embargo, lo cierto es que las ofensas no se deben únicamente a ataques directos ni son un fenómeno moderno. También pueden provenir de personas cercanas que quizá no tenían la intención de ofendernos.

La ofensa no es más que un sentimiento causado por un golpe al honor de una persona, el cual contradice su autoconcepto y la imagen que tiene de sí misma.



De hecho, sentirse ofendido pertenece a lo que se conoce como “emociones autoconscientes”, de manera que comparte redes con la vergüenza, la culpa y el orgullo.

Muchas veces esas fases ocurren rápidamente y se solapan, de manera que a veces es difícil ejercer un control consciente sobre ellas. A veces, simplemente reaccionamos automáticamente ante lo que consideramos una ofensa, enfadándonos y atacando a la persona. Sin embargo, existe otra posibilidad más allá de limitarnos a reaccionar cuando nos pinchan.

Los motivos por los que nos ofendemos son múltiples. Cuando somos víctimas de esas ofensas, la sociedad y la cultura nos valida para que nos sintamos ofendidos e inferiores en términos de control percibido, lo cual se traduce inmediatamente en una necesidad de restaurar nuestro sentido de poder. Por eso reaccionamos poniéndonos a la defensiva o atacando a quien nos ha ofendido.

Sin embargo, siempre tenemos la posibilidad de elegir. La ofensa es mitad de quien la profiere y mitad de quien se da por aludido.

Tenemos una opción: podemos tomar o ignorar la supuesta ofensa. Para ello, podemos verla como si fuera un “obsequio indeseado”. Tenemos la opción de darnos por aludidos, dejar que el ofensor hiera nuestro ego y enfadarnos, irritarnos y perder el control. O, al contrario, podemos aprender a blindar nuestra autoestima.

Liberar nuestros sentimientos del yugo de lo que piensen y opinen los demás. Y decidir no ofendernos porque, a fin de cuentas, las ofensas suelen decir más del nivel del ofensor que del supuesto ofendido. Así podremos lograr que las ofensas no nos dañen y devolveremos el golpe de sarcasmo o la hostilidad a la persona que lo generó.

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