Opinión por Héctor Loya
El fenómeno del narcotráfico y de la narcocultura se ha convertido en un tema controversial en la sociedad mexicana. Las televisoras han encontrado en el tema del tráfico de drogas y la acción que provoca las armas, las persecuciones, la traición y la corrupción del gobierno, un campo de oportunidad y crecimiento de espectadores.
Éxito, mujeres, dinero fácil, autos, poder, estatus, valentía, orgullo, respeto y miedo, todo esto le venden a nuestros niños, niñas, adolescentes y jóvenes.
Ese falso poder y superioridad, es lo que los jóvenes admiran y cómo contradecirlo, si es lo que crecieron escuchando y viendo historias en donde los capos de la droga son villanos, pero son amados como héroes por el pueblo.
México es reconocido a nivel internacional como uno de los países más ricos en diversidad cultural. De acuerdo con la Real Academia Española, la cultura se define como el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época o grupo social.
La cultura refleja el estatus de las personas que la practican. El surgimiento de la narcocultura inicia con la aceptación de los grupos de delincuencia organizada, violencia e impunidad. El narcotráfico ha producido un oleaje cultural que va desde modos de vida, producción musical, publicaciones, hasta la provocación del miedo en la población.
Los jóvenes históricamente han sido víctimas y también victimarios de lo que ha generado el narcotráfico. La narcocultura ha creado una generación de aspirantes al dinero fácil, nula empatía y la búsqueda de los grupos de delincuencia para formar parte de ellos. Los jóvenes son los principales admiradores y practicantes de la narcocultura.
Podríamos decir que la narcocultura en realidad nació en los hogares debido a la indiferencia que nos resulta más cómodo ante nuestra realidad, se alimentó de la ignorancia y normalización de la violencia.
Ahora como reflexión no se trata sólo de señalar lo que se está mal, sino de reflexionar y con madurez aceptar las responsabilidad y consecuencias que tenemos como ciudadanos y como miembros de una familia para generar mejores condiciones de vida a nuestros niños y jóvenes y sobre todo educar en valores, ya que como dije en mi titular: La educación es la vacuna contra la violencia.