Opinión por Héctor Loya
En sólo un año, el número de niños que viven en la pobreza en Estados Unidos se duplicó, al pasar de cuatro millones a nueve millones, el mayor incremento en este vergonzoso indicador en la historia del país. La tasa de pobreza general también aumentó de manera dramática, de 7.8 a 12.4 por ciento de la población.
Académicos y analistas atribuyen esta catástrofe social a decisiones políticas puntuales, como la negativa de los legisladores republicanos a renovar programas que funcionaron para reducir la carestía durante la pandemia de covid-19
Pero el problema es mucho más antiguo que estas disparidades políticas y se encuentra unido al modelo económico imperante en la superpotencia. Hace cinco años, el relator especial sobre pobreza extrema de la ONU, Philip Alston, presentó un informe en el que se consignaba la existencia de 40 millones de pobres en el país más rico del mundo, así como el hecho de que el ingreso promedio de las personas más pobres permaneció estancado durante cuatro décadas, al mismo tiempo que las fortunas atesoradas por el 1 por ciento más pudiente de la población se dispararon a niveles inéditos.
Uno de los elementos centrales contra las clases populares fue la drástica reducción de las tasas fiscales cobradas a los ricos, una medida justificada bajo el postulado de que, al cobrar menos impuestos a los capitalistas, éstos tendrían mayores recursos disponibles para invertir en la creación de empresas productivas y la generación de empleos, llevando a un círculo virtuoso de bienestar.
Ahora en este último año Estados Unidos ha malgastado mucho su dinero en la guerra y la ha derrochado en otros asuntos que no le competían antes de atender sus propias necesidades. Es inevitable preguntarse cuántos estadounidenses habrían accedido a una vida digna si el gobierno hubiera dado a su mismo pueblo los 120 mil millones de dólares que le dio al gobierno de Volodymir Zelensky como apoyo financiero para una guerra que no era de ellos.
Cuando la nación que alberga a las mayores fortunas del mundo y concentra riquezas inimaginables en el resto del orbe condena a sus niños a sufrir la carencia de los bienes más elementales, queda claro que es imperativo revisar tanto el modelo económico como las prioridades gubernamentales, pues la pobreza siempre es lacerante, pero resulta de una atroz inhumanidad en un contexto en que existen todas las condiciones para solucionarla.