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Aprenda a trabajar, pero también aprenda a vivir

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Editorial por Luis Molina

En 1889, un congreso mundial de los partidos socialistas celebrado en París declaró el 1 de mayo de 1890 como día internacional de manifestaciones en favor de la jornada laboral de ocho horas.

Desde entonces muchos países celebran en esa fecha el llamado Día del Trabajo o Día Internacional de los Trabajadores (En Estados Unidos y en Canadá, el Día del Trabajo se celebra el primer lunes de septiembre)

Esta es una fecha en que no solo se recuerdan las luchas históricas que dieron origen a derechos de los trabajadores, sino también a reflexionar sobre el presente y el futuro del mundo en cuestión de trabajo.

En algunas partes del mundo esta conmemoración adquiere un significado especial, al reconocer el esfuerzo de generaciones de trabajadores y trabajadoras que han sostenido la vida económica, familiar y social de todo un país. Sin embargo, es indispensable preguntarnos si las condiciones actuales permiten ejercer plenamente los derechos humanos en el ámbito laboral.

Quiero citar el ejemplo de los latinos en Estados Unidos, los cuales laboran más de 48 horas por semana, lo permitido por ley, algunos latinos que no tienen estatus legal casi ni duermen, esto por tener que estar día a día trabajando para obtener más recursos económicos para vivir dentro del país o para mandar un dinerito a sus familias del otro lado del charco como coloquialmente se dice.

La pregunta de reflexión en este editorial no es por qué trabajamos tanto, sino qué implicaciones tiene esa carga en nuestra vida diaria. Porque no solo los indocumentados se sacrifican con las largas jornadas laborales, también un emprendedor de negocio o inversionista lo hace, y no hay un horario ni de entrada ni de salida.

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En este contexto, hablar de trabajo digno es también hablar de tiempo. Tiempo para trabajar, tiempo para sacar los suficientes recursos en este mundo tan demandante, pero también tiempo para cuidarnos, para convivir, para estudiar, para crear, y tiempo para acceder a la cultura.

Muchos tienen la costumbre de matarse trabajando y descuidan hasta sus familias, pero lo que debemos entender es que todos somos reemplazables y que si algo nos pasa por estar trabajando al final del día nuestro puesto será cambiado por otra persona, pero la salud nadie la va a devolver y menos la familia.

Por ello, es fundamental avanzar hacia una concepción del trabajo como una herramienta para el desarrollo humano, no como un fin en sí mismo ni como una carga que limite las posibilidades de vivir con dignidad donde se valore la propia salud y se priorice a las familias.

En este Día del Trabajo, reconozcamos la importancia del trabajo como motor de nuestra vida en común, pero también reafirmemos nuestro compromiso con una transformación que lo humanice, que lo dignifique y que le devuelva a cada persona trabajadora lo que merece, no solo un empleo, sino una vida que valga la pena ser vivida.