Un alfiler y una aguja, encontrándose en una cesta de labores y no teniendo nada qué hacer, empezaron a reñir, como suele suceder entre gentes ociosas, entablándose la siguiente disputa:
– ¿De qué utilidad eres tú? -le dijo el alfiler a la aguja-; y ¿cómo piensas pasar la vida sin cabeza? –
Y a ti -respondió la aguja en tono agudo-, ¿de qué te sirve la cabeza si no tienes ojo? – ¿Y de qué te sirve un ojo si siempre tienes algo en él?
-Pues yo, con algo en mi ojo, puedo hacer mucho más que tú.
-Sí; pero tu vida será muy corta, pues depende de tu hilo.
Mientras hablaban así el alfiler y la aguja, entró una niña deseando coser, tomó la aguja y echó mano a la obra por algunos momentos; pero tuvo la mala suerte de que se rompiera el ojo de la aguja. Después cogió el alfiler, y atándole el hilo a la cabeza, procuró acabar su labor; pero tal fue la fuerza empleada que le arrancó la cabeza y disgustada lo echó con la aguja en la cesta y se fue.
-Conque aquí estamos de nuevo -se dijeron-, parece que el infortunio nos ha hecho comprender nuestra pequeñez; no tenemos ya motivo para reñir. –
¡Cómo nos asemejamos a los seres humanos que diputan acerca de sus dones y aptitudes hasta que los pierden, y luego . . . echados en el polvo, como nosotros, descubren que son hermanos!