Por: Miguel Ángel/El Informador
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Wyoming, MI (ELINF).- Bendiciones para todos ustedes mis amigos informados de El Informador. Allá por la década de los ochentas, tuve la dicha de acompañar a mi papá a un encuentro en un Estadio en la capital de México, en la bella ciudad. Bien presente lo tengo yo; en virtud de que nos ocurrió una vivencia que marcó mi vida futbolísticamente hablando.
Resulta que, mientras esperábamos que llegaran todos los jugadores, se apersonó, nada más y nada menos que el entrenador del equipo contrario y amablemente nos solicitó permiso para charlar un poco acerca del encuentro, a lo cual gustosos accedimos.
El entrenador que nunca pronuncio su nombre, (razón por lo cual no lo nombro por su nombre) pero que tenía una exquisitez al hablar y quien nos compartió sus conceptos arbitrales diciendo: “A mí, en mi época de futbolista y en todos los años que tengo como entrenador, jamás un árbitro me ha robado un partido”.
“Qué la pelota entró o no entró… métela hasta la red a ver si hay un silbante que la saque de ahí”. “Que nos anotaron un gol en fuera de lugar… vamos a convertir dos para ganar el partido”. “Que nos anularon un tanto legítimo… metamos otro”.
Esto viene a cuenta, porque estamos muy lejos de aprender a tomar las decisiones del juez como parte del juego. Lo que es peor aún, ahora hemos convertido a los árbitros en las verdaderas estrellas del futbol.
Para acabarla de amolar, ahora “cualquiera”, con la mayor ligereza se atreve a hablar de “robos”, “intereses” y “consignas”, sin más pruebas que su maledicente y calenturienta cabecita.
Pero, cuando esto toma matices dramáticos, es cuando “gente de futbol”, que sin nuestro querido deporte serían nadie, son quienes escupen al cielo vilipendiándole, al tiempo que patean irresponsablemente el pesebre.
En un juego protagonizado por el error, a los únicos que se les exige ser infalibles, es a los hombres de negro. Cuando le meten un gol por las orejas a un portero… “le taparon” o “le botó mal”. Si un atacante falla un tanto… “le cayó en la de palo”. Pero si es un colegiado el que se equivoca, en el mejor de los casos es un incompetente y en el peor, un ratero.
Lejos de colaborar a la buena reputación del futbol; tal parece que nos empeñamos en lo contrario. Vamos a convencer al “respetable” de que todo está arreglado de antemano… a ver quién es el “imbécil” que prende la tela para ver un partido o el “ingenuo” que compra un boleto… para ir al estadio.
Nos leemos la próxima y recuerden: “No juzguéis, para que no seáis juzgados”.