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Estamos inundados de egoísmo

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Opinión por Héctor Loya

El egoísmo es un término muy conocido y familiar que con frecuencia se confunde con el amor propio.

Vivimos en sociedades cada vez más individualistas, en las que el egoísmo no es solo un carácter central, sino también alimenta el deseo de expresar el yo.

Todo nos remite a una exaltación e imposición del “yo” sobre lo demás. “Primero yo, luego tú”. Aunque, a veces nada más es “primero yo, y luego yo otra vez”. A esto nos remite en buena medida el egoísmo actual.

Y es que el egoísmo no es amor propio, muchos se justifican o escudan con que el amor propio no es serlo, pero hay que tener claro que el amor es una moneda de dos caras.

Por un lado, está el amor propio y, por el otro, está el amor a los demás. Así como no hay una moneda de valor con una sola cara, tampoco hay un amor de verdad si no tiene ambos lados.

El amor y la comprensión del propio sí mismo difícilmente pueden separarse del respeto, el amor y la comprensión del otro individuo.

Y de todo esto, como hemos examinado, carece la persona egoísta. Por eso el egoísmo no es amor propio, si lo fuera habría también un genuino interés, compromiso y amor para con el otro.

La falta de cariño, amor y cuidado por sí mismo deja al egoísta vacío y frustrado. Por consiguiente, se siente infeliz y ansiosamente preocupado por arrebatarle a la vida y a los demás las satisfacciones que él se impide.

Tal vez tengas la impresión de que el egoísmo es un modo de relacionarse muy malo, incluso hasta condenable. Y sí, lo es, pero cuando no es moderado y es excesivo, perjudica tanto a las demás personas como a la sociedad.

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La respuesta a esto es claro y lo leímos en las líneas de arriba el amor al prójimo es indispensable, de hecho es un mandato de Jehová, así que si el yo se reemplazara por más tú, el mundo sería muy diferente, desde la justicia, los valores, las familias y los propios individuos.