El que se enoja a menudo es infeliz y también hace infelices
a los demás que lo soportan.
Porque la ira debilita, enferma y mata.
Porque la ira primero es roja llamarada y ciego furor,
más después es lenta angustia y largo arrepentimiento.
Porque la ira es una enfermedad que no se cura con medicinas.
Porque el que se enoja se castiga ante todo a sí mismo.
Porque la ira apaga la luz del entendimiento como el golpe de viento
apaga la vela y no se puede discernir ni pensar.
Porque la ira no ayuda a la victoria,
sino que es causa de las derrotas.
Porque la ira distorsiona los hechos y ahuyenta la verdad.
Porque la ira nos obliga a decir cosas
que después hubiéramos preferido no decir.
Porque la ira nos aísla de los demás,
fomenta el rencor y la venganza.
Porque la ira destruye, en un momento,
la estructura que con el tiempo y la ecuanimidad
hemos construido.
Porque la ira es una epidemia que se propaga,
y qué molesto es convivir en un ambiente de enojones.
Porque la ira es síntoma de decadencia física y mental.
Porque la ira es preludio y causa de acciones negativas
que pueden destruir nuestro futuro.
Porque la ira va al apero de la mala educación.
Porque la ira es la barrera infranqueable a la amistad,
la comprensión y el amor.
¿Ya ve?
¡No se enoje y así prolongará y hará más grata su existencia y…
la de los demás!