Opinión por Héctor Loya
El gobernador de Texas, Greg Abbott, se encuentra embarcado en una campaña de estigmatización y criminalización de los migrantes que por momentos adquiere tintes francamente fascistas.
Desde hace años, el político republicano se ha referido a las personas en tránsito como “invasores” y ha azuzado a los sectores más retrógrados de su electorado con una retórica inadmisible en cualquier democracia.
En vísperas de que termine el Título 42, la escenificación de una batalla para salvar a Estados Unidos de una amenaza que sólo existe en la mente de sus partidarios ha alcanzado un paroxismo con el despliegue de helicópteros, aeronaves de combate que se han utilizado en las invasiones estadounidenses a Irak y Afganistán, así como en otros escenarios bélicos.
Cada una de las acciones racistas de Abbott se complementa con una publicación en redes sociales donde denuncia la “política de fronteras abiertas” de Biden y la indefensión de los ciudadanos ante la presunta negativa del gobierno federal demócrata a atender la crisis fronteriza.
Estas afirmaciones pertenecen al género de rumores que fueron normalizados por Trump, y son desmentidos por la realidad, pues desde marzo de 2020 se han efectuado 2.8 millones de expulsiones de migrantes.
En conclusión, el texano manipula los miedos de una parte significativa de los estadounidenses a que la llegada de extranjeros pobres lleve a una pérdida de los valores tradicionales de esa sociedad o al “robo” de empleos para impulsar su carrera política y extorsionar al gobierno federal.
Dicha conducta es deplorable en sí misma, pero además atizar odios que pueden derivar en tragedias mayúsculas como la ocurrida en 2019, cuando un joven asesinó a 23 personas en El Paso en respuesta a lo que consideraba una “invasión hispana”. Ahora las autoridades investigan si el atropellamiento que mató a ocho migrantes e hirió a otros nueve en Brownsville fue intencional y si tuvo motivaciones racistas.