Melquisedec Polanco El Informador
Cuando los padres mueren, nada vuelve a ser igual, ya no podemos ser niños nunca más, no nos sentiremos arropados por sus abrazos, sus besos y sus palabras de aliento, parece que la vida se vuelve más dura porque su cobijo ya no está a nuestro lado. Cuando los padres ya no están con nosotros, estamos huérfanos y eso es duro sin importar la edad que se tenga. Aunque tengas a tu familia creada, la figura de tus padres siempre está a tu lado, o al menos, les tienes presentes.
Todas las personas, aunque seamos adultas, tenemos vivos en nuestro interior a ese niño que quiere estar protegido todo el tiempo por sus padres, acudir a su amor incondicional siempre que sea necesario, pero cuando se han marchado, esa opción ya no es posible.
Saber que nunca les volverás a ver o a abrazar es lo más duro que se debe afrontar. No es lo mismo que vivir tu vida y saber que están allí para ir a verlos, ahora ya no puedes disfrutar de su compañía nunca más. Tus padres te dejaron el legado más grande; gracias a ellos eres quien eres hoy y gracias a que ellos te dieron la vida, tú se la has podido dar a tus hijos.
Nadie está preparado para afrontar la muerte de sus padres, aunque hayan llegado a los 100 años. El tiempo nunca es suficiente para estar al lado de las personas que realmente amamos. Y lo más triste es que a veces hay hijos tan mal agradecidos que abandonan a sus padres en los asilos, o en sus casas y nunca más vuelven a verlos para seguir sus vidas.
Indudablemente el vacío que dejan después de su partida es algo que nunca se va a superar y muchos se arrepienten de no haber disfrutado lo suficiente de sus padres, pero ya es muy tarde. Por esta razón es importante aprovechar cada minuto y no desperdiciarlo para cuando ya sea demasiado tarde.