
Editorial por Luis Molina
En calles, patios, mercados o incluso en hogares, presenciamos una escena que se ha vuelto tristemente común: un perro maltratado, golpeado, abandonado, ignorado. A veces es un jalón fuerte, otras un grito que desgarra, otras más, un plato de comida que nunca llega, perritos pasando un frío extremo afuera de las casas sin ninguna protección en el invierno y la lista sigue. Y lo más preocupante no es solo el acto de crueldad, sino el silencio que lo rodea.
El maltrato animal no es un problema menor. No es un asunto “de animales”, como si la vida de un ser sintiente pudiera relegarse a una nota al pie. Es un reflejo de la sociedad que somos, de nuestra capacidad para respetar la vida en todas sus formas. Y si permitimos que ese abuso ocurra sin consecuencias, si nos cruzamos de brazos o miramos hacia otro lado, entonces somos parte del problema.
Los perros, compañeros leales e indefensos, sufren en silencio. Ellos no pueden denunciar. No pueden defenderse. Dependen de nosotros para alzar la voz por ellos. No basta con la lástima ni con el enojo momentáneo; se necesita acción: denunciar, educar, intervenir. Porque cada acto de maltrato ignorado es una herida que también nos marca como sociedad.
Debemos entender, de una vez por todas, que cuidar de los animales no es un lujo ni un gesto opcional. Es un deber ético. Es un signo de necesidad humana.
Por eso, ninguno de nosotros debe quedarse callado cuando alguien maltrata a un animalito. Porque callar es permitir. Porque al romper el silencio, salvamos vidas.
En Michigan muy pronto llegarán esos fríos extremos donde año con año vemos perritos y gatitos llorando del frío que pasan en noches y días por que sus dueños no les importa dejarlos a la intemperie, pero no debemos permitir eso, debemos de tomar fotos, videos, dirección y de inmediato denúncialo a las autoridades.
No nos quedemos callados ante el maltrato animal.





































