
Opinión por Héctor Loya
En las últimas semanas en todo el mundo, las redes sociales se saturaron de producciones con inteligencia artificial que no solo ponen en entredicho la veracidad del contenido, sino la honorabilidad de figuras públicas y hasta de personas que nada tienen que ver.
Entre todos los aspectos positivos de la IA, también empieza a preocupar el abuso de la tecnología para la suplantación y falsificación de identidades, que está amenazando, incluso, la seguridad de muchas naciones.
El fenómeno de la falsificación está en rápido crecimiento y amenaza la confianza en la información, la privacidad personal y la seguridad global. Los sistemas de inteligencia artificial, especialmente aquellos basados en aprendizaje profundo han alcanzado un nivel de sofisticación que les permite imitar voces, rostros y estilos de escritura con una precisión asombrosa.
Esto ha dado lugar a herramientas como los deepfakes, que son videos, imágenes o audios generados por IA que simulan a personas reales de manera casi indistinguible de la realidad.
La gran preocupación es que este tema está cruzando líneas delgadas como la pornografía infantil, los fraudes a gran escala y los robos de identidades de personas de gran peso en el mundo.
Uno de los principales problemas de estas tecnologías es que su acceso se ha vuelto cada vez más sencillo. Ya no se necesita ser un experto en programación para crear un contenido falso. Existen plataformas abiertas al público que permiten generar audios clonados, fotografías artificiales realistas, o incluso conversaciones completas mediante chatbots que imitan la forma de hablar de celebridades, figuras públicas o personas comunes.
En un entorno saturado de información, el reto no es solo distinguir lo verdadero de lo falso; además, la falsificación de identidades también representa una amenaza para la ciberseguridad. Organizaciones criminales pueden utilizar IA para engañar sistemas de autenticación, burlar mecanismos de reconocimiento facial o incluso replicar firmas digitales.
La inteligencia artificial no es en sí misma el problema, sino su uso irresponsable o malintencionado. Así como puede mejorar la vida humana, también puede ponerla en riesgo si no se implementa con ética y cuidado.