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4 de julio sangriento, un país adicto a la violencia

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Editorial por Luis Molina

Hay un siniestro simbolismo en el hecho de que en Estados Unidos un individuo haya decidido celebrar el 4 de julio disparando a distancia sobre la concurrencia del desfile conmemorativo de la fecha, con un saldo de seis muertos y 30 lesionados.

Como lo expresó el gobernador de Illinois, J. B. Pritzker, estos ataques constituyen “nuestra plaga singularmente estadunidense”.

En efecto, en lo que va del presente año, en el territorio de la superpotencia han sido perpetradas 309 de esas agresiones criminales, de las cuales dos fueron particularmente crueles: la que tuvo lugar en un supermercado de Buffalo, Nueva York, en mayo pasado, en la que un joven racista asesinó a 10 personas, y la que ocurrió unos días después en una escuela de Uvalde, Texas, y que costó la vida a 19 niños y a dos de sus profesores.

Con el telón de fondo de la intensificación de esta clase de atrocidades, la Suprema Corte de Justicia aprobó una resolución que permite a los gobiernos de los estados anular los pocos controles que existen en algunos de ellos para la adquisición de armas de fuego, especialmente fusiles de asalto semiautomáticos como los que se han usado en la mayoría de los tiroteos, en tanto que la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) utiliza cada nueva masacre para argumentar a favor de mayores facilidades en la compra de armas y de la portación indiscriminada de éstas por el conjunto de la ciudadanía.

Más allá de la evidente relación entre el elevadísimo armamentismo civil y la frecuencia de masacres como las referidas, es claro que el país atraviesa por una severa crisis de salud mental combinada con un quiebre civilizatorio.

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Esta crisis obedece sin duda a múltiples factores, pero hay uno que resulta particularmente inquietante: el hecho de que Estados Unidos es el Estado más belicoso y violento del mundo, el que más guerras ha emprendido en el curso de su historia, el que mantiene el mayor número de tropas fuera de su territorio y el que encabeza, por mucho, las cifras mundiales del gasto en armamento.