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Recuerdan al fallecido comerciante Enrique Ayala por su generosidad

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“Lo que tienes puedes perder, pero nunca pierdes lo que haces por los demás. Enrique Ayala fue una persona muy generosa. Ese es su legado”. – Palabras de Reverendo José Luis Quintana, sobrino del fallecido durante su servicio fúnebre.

Por Joel Morales

El Informador

GRAND RAPIDS, MI

joel@elinformadorusa.com

Si alguna vez usted tuvo la oportunidad de comer en el restaurante Little México Café, realizar un evento en Gigante Super Mall o hacer compras en Supermercado México en Chicago Drive, es probable que se haya topado con Enrique Ayala, un comerciante muy reconocido del área y en una vez propietario de estos negocios y más, quien falleció el lunes, 30 de enero.

Por lo visto durante su funeral el viernes, 3 de febrero, en Michigan Cremation & Funeral Care, en el 3627 de la avenida Linden SE, en el que no quedó ni una sola silla desocupada y donde más de 300 personas llegaron a pagar sus respetos y llenaban los pasillos, vestíbulo y comedor de entrada, el difunto tocó a las vidas de mucha gente durante sus 66 años de vida.

“Hemos recibido muchos mensajes de personas preguntando qué pueden hacer por nosotros”, dijo el reverendo José Luis Quintana, pastor de Santuario San Francisco Xavier y sobrino del fallecido, quien dio el elogio. “La oración. El dolor no lo carga uno, por eso es muy alentador que ustedes estén aquí”, agregó.

Parado a un lado del ataúd con un arreglo de flores claveles a sus pies y dos cartelones de imágenes del fallecido al otro, Quintana dijo que cuando su tío llegó a Estados Unidos era conocido como Enrique Ayala, y que después de encontrar éxito en el ambiente del negocio, se le conocía como Don Enrique, pero que al enfermarse, algunos llegaron a decir que se había vuelto loco.

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“Eso duele”, dijo el pastor. “Para aclarar, nunca se volvió loco. Lo que tienes puedes perder, pero nunca pierdes lo que haces por los demás. Enrique Ayala fue una persona muy generosa. Ese es su legado”, también dijo, su voz quebrando de dolor y emoción.

Hubo muchas lágrimas, abrazos, pésames, y antes de concluir. más de 30 niños y jóvenes pasaron al lugar donde descansaba el fallecido y le colocaron rosas moradas y blancas adentro del ataúd como despedida final. Entre otros, asistieron comerciantes de tiendas muy reconocidas del área como personas de lugares tan lejanos como Chicago, Las Vegas, Los Ángeles y hasta de México.

El martes, 7 de enero, durante una entrevista con Consuelo Ayala, viuda del difunto con quien estuvo casado por casi 41 años, compartió varios ejemplos de la generosidad que caracterizaba a su esposo, quien dijo llegó a Estados Unidos a los 15 años de Los Cerritos, Durango, México.

 

“En el año 1993, cuando abrimos Supermercado México, solo vendíamos carnitas para llevar y llegó una familia de Florida que venía a trabajar en los campos en un día que hacía mucho calor y con muchos niños. Ordenó sus carnitas y se fueron”, dijo la Sra. Ayala. “Al salir para afuera, mi esposo los vio sentados en el piso sudando y comiendo. Les regresó su dinero, los invitó adentro y les puso unos cartones para que pudieran comer sus alimentos con gusto”, agregó.

La viuda del fallecido comerciante también dijo que cuando abrieron la taquería adentro de la tienda y llegaba gente sin dinero, le regalaba tacos y siempre estaba dispuesto en ayudar en los festivales donando mercancía y comida.

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“Por eso creo que Dios nos bendijo mucho, porque lo compartíamos”, dijo la mujer. “Mi esposo nunca se olvidó de sus principios y de dónde vino, por eso le gustaba ayudar a la gente”, agregó.

La viuda Ayala dijo que su esposo padeció de la diabetes por 18 años y que fue en octubre del año 2012 que los médicos encontraron que tenía demencia y epilepsia, pero que no pasaron ni 24 horas después de ser diagnosticado con cáncer, que falleció.

“El día que murió estuvimos todo el día en alabanza y oración. Momentos antes de su muerte, mi hija Erika se le acercó, le dio un abrazo y le dijo que lo quería mucho y le corrió una lágrima de un ojo. Le dijo, “Mami”, que era como se dirigía a ella, se acomodó su cabeza como si fuera a descansar y dejé de escuchar a la máquina de oxígeno a la que estaba conectado”, agregó.

“Gracias a Dios, nunca supo que tenía cáncer y se fue en paz. Fue algo muy bonito”, concluyó.

Además de su esposa Consuelo, de 60 años y su hija Erika, de 30 años, el fallecido comerciante también deja atrás a un hijo Alberto, de 37, hermanos, sobrinos, nietos y muchos más.