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Muy cansada para soñar

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Poema de Jim Samuels

 «Estoy cansada,» murmuró la anciana mientras salía del hotel luego de agotar su turno de 10 horas de limpieza en las habitaciones.

       Los huéspedes adinerados apenas la vieron, mientras ellos recorrían los pasillos, y sólo algunos la saludaron cuando cruzaban a su lado, pues ninguno apreciaba su trabajo y el respeto hacia ella era inexistente.

       Esto sucedió mientras la adorada abuela de la familia, esa que regresando al hogar desde el trabajo y cocinando un rico manjar, recreaba todos los cuentos cautivadores de su historia personal.

        Su nieta mayor le preguntó acerca de cómo era la vida cuando ella era adolescente, cómo fue su primer amor y preguntas que ella graciosamente respondía de manera tímida en presencia de su hija, pues esta sabía la verdad sin rodeos, aunque solo sonreía mientras guardaba los secretos de su madre.

        Los olores, que con su aroma inundaban la cocina y el vecindario, pregonaban que la gran familia de la diminuta casa, almorzaría exquisitamente bien en un ambiente cargado de risas y amor. Esas cosas olvidadas por los huéspedes privilegiados del hotel, cada vez que estos se afanan por llegar a sus cafeterías y restaurantes favoritos, donde presentan menús de precios exorbitantes y así poder disfrutar los más costosos vinos y licores, a la vez que se dedican a conversaciones y bromas irrelevantes. 

         Cuando los platos y cubiertos de la mesa fueron colocados en la deteriorada vitrina de la casa, la querida abuelita se sentó y oró a Dios en honor a su fallecido esposo, mientras una única gota de lagrima se deslizaba sobre su hermoso, y ya por los años, marchitado rostro.

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         Cansada, pero decidida, pudo la abuela levantarse y planchar su uniforme de trabajo para la próxima jornada, pero no pudo y cayó sobre la cama, pues la abuelita estaba muy pero muy cansada para soñar.